Praia de Razo

Si hablamos de rincones hablamos del norte y de sus mil y un escondites con olor a mar. El mío lo encontrareis aquí: 43º 17’ 28.437’’ N 8º 42’ 9.472’’ W, en la playa de Razo.

No necesita presentación pero, si llegáis a ir, sepáis que lo mejor es disfrutarla en invierno y con poca compañía. No me refiero a que la época estival o un buen acompañante le hagan perder su encanto ni mucho menos, pero se me antoja mágico el ambiente de vacío y paz que se respira entre la lluvia y el fuerte mar de los meses más fríos.




Razo es un pequeño pueblo que pone la última puntada a la Costa da Morte gallega y que, a pesar de estar casi despoblado en invierno, no te dejará indiferente. Si sois aficionados a la montaña debéis de saber que esto no es simplemente una playa; mientras os entretenéis buscando alguno de los arroaces (minidelfines de agua “fresquita”) que se pasean por los tres quilómetros de océano que bañan el arenal, Monte Neme cubrirá vuestras espaldas sin descanso ni resquicio. Así mismo encontrareis en su seno un perfecto espacio para disfrutar de prácticamente cualquier deporte al aire libre, destacando por encima de todos la predilección de esta playa por el surf.

Sin duda quedareis prendados de los paisajes de esta zona, os atraparán tanto las puestas de sol como los fuertes temporales y, sobretodo, la gente, la comida y el silencio.


Esto es todo, ya solo tenéis que buscar cómo llegar y, cuando lo hagáis, apagar el móvil.



Mirador dos fedorentos

Mi rincón es un lugar alejado de la metrópolis. Ajeno a la ciudad, me gusta acercarme por la tarde, cuando cae el sol, y sentarme a pensar en la inmensidad del mar. 

Es un lugar lleno de magia e historias; pues sobre ella se cuenta una leyenda. En la época de las grandes conquistas, al ser las Ons una muralla natural, se libraban muchas batallas por la zona, depositándose todos los cadáveres en los fondos marinos. Debido a las corrientes de agua presentes allí, todos estos cuerpos tendían a depositarse en la playa que desde este mirador se observa, entrando seguidamente en descomposición. Debido al olor que se desprendía, las moscas acudían y se acumulaban en esa isla, es así que se le dio el nombre de "Illa das Moscas". Al encontrarse el mirador en frente de esta playa, solía llegar un olor muy desagradable, de ahí el nombre de fedorentos (malolientes en gallego).
 En la actualidad de esa historia solo conservamos las maravillosas vistas a todo el litoral sur de Las Rías Baixas, pudiendo observar en días soleados parte de las islas Ons y las Ciés, todas ella sumergidas en el inmerso océano Altláncico y dejando a la izquierda la costa gallega. La caminata que para llegar hasta ahí hay que realizar es, sin lugar a dudas, muy agradable y bonita, al tratarse las islas de un Parque Natural con especies animales y vegetales únicas en el mundo.


Plaza de Cervantes

Cuando miro la Plaza desde aquí, me siento de nuevo un niño. Voy acompañado o solo, no es relevante. Tanto con compañía como sin ella, se disfruta de ambas maneras. Si tuviera que decidir cuál es su momento mágico, diría que es el atardecer y su luz.
Y aunque sin desmerecerla de día, de noche te atrapa de una forma más especial que cuando el sol brilla en lo alto.


Aquí comparto mi rincón de Alcalá de Henares.


La farola del Palacio Real



Esta vez queremos hablaros de un rincón diferente, esta vez si en Madrid. 
Entre el palacio real y la catedral de la Almudena, erase una vez una farola sobre una base de granito. Desde ella se podía contemplar la panorámica de la Casa de Campo. Este rincón tiene algo mágico que te atrapa. Me gusta mirar al horizonte y pensar en el s. XVII, imaginando alguien del pasado haciendo lo mismo, al contemplar el mismo paisaje pero siglos atrás. Echando la vista atrás, tienes el Madrid del s. XXI justificado entre el palacio y la catedral.


El Puerto de Santa María, Cadiz








Todos tenemos un rincón nuestro en el mundo. Un lugar para pensar al que hemos vuelto cuando lo hemos necesitado, o quizás un espacio tranquilo para leer un libro, echarse un cigarrito, una cerveza, o simplemente estar..

Mi rincón se encuentra en el Puerto de Santa María, en Cádiz. En el camino serpenteante que baja desde el Pinar del Manantial a la playa del Ancla.

Me encanta sentarme en el murito, que acota el camino, sacando los pies y encarando al mar. Llevo muchos años utilizando este rincón especialmente cuando necesitaba reflexionar, o relajarme, aunque también en citas para disfrutar del mejor atardecer que se puede observar en la zona. Desde este punto, no solo es la escénica panorámica, de toda la playa, con Cadiz al horizonte, el sol y su reflejo en el mar; Sino el sonido de las olas y brisa, que suavemente mece las hojas de la flora que viste la duna.

El camino era antaño parte de una propiedad privada, a una mansión que conquistaba la cima, y que fue demolido para la construcción de un hotel. Sin embargo, con la ley de protección de costas, se paró dicho proyecto. Día a día, la duna y flora se tragan más estas ruinas, volviéndose cada vez más bello el paisaje.

Casa de Campo, Madrid




Hoy os hablaré de un lugar que, más que especial, es importante. Se llama “árbol de los ahorcados” y está en Casa de Campo, Madrid. El nombre es un poco repelente pero hacedme caso e ¡id a probarlo!

Es un rincón donde voy a leer, a escribir, a mirar a las estrellas cuando cae la noche y sobre todo, al que acudo ya que me hace sentir única. Os estaréis preguntando el porqué de esto último. Os lo explico...

Siempre que voy, subo al tronco que está más alto. En realidad era el último sitio del que pensaba disfrutar. Donde podía leer o escribir observando la vida desde arriba. ¿Pero sabéis por qué me hace sentir única? Porque solo yo puedo ver todo desde allí, ya que no creo que haya mucha gente que acceda al mismo lugar. Y menos que lo utilice para lo mismo que yo.

Es especial por el hecho de que estoy segura de que nadie sabe que yo voy ahí arriba. Solo yo y nadie más. Las personas pasan por debajo pensando que es un simple árbol más de Casa de Campo que está plantado de camino a casa. Pero no. Es mucho más que eso. Te da unas vistas espectaculares. Es como si nos transportáramos a otro lugar.

Y es el rincón que más me ha costado compartir.




Vallecas

Hoy quiero compartir mi segundo rincón. Es un lugar de alturas. Un lugar en el que casi puedes tocar el cielo, y en el que, si te descuidas, puedes escuchar todo lo que ocurre en la capital. Sus excéntricas formas a modo de pecho, cubiertas por una fina capa de verde, le dan el nombre al que hoy responden.

En efecto, las tetas de Vallecas. Pero no quiero hablar del lugar a nivel general, quiero hablar de la posición idónea. Y es que la séptima teta, probablemente la más empinada y la más lejana, es mi rincón. Desde lo alto de ésta, luce el Windsor con su nueva estructura, la cúpula de Atocha y el Palacio Real, entre otros.

A pesar de haber desvelado mi rincón, quiero profundizar un poco más. La puesta de sol es maravillosa. Aquello se llena de fotógrafos todos los días en los que el sol quiere dejarse ver caer. Pero esa no es mi escena favorita.

Cuando cae el sol, se forma el arrebol. Aquella mezcla de colores entre naranja, rojo, rosa y amarillo.
Y las nubes comienzan la procesión de formas. Tumbarse boca arriba en la hierba y encontrar patos, al diablo, a Don Qujote de la Mancha, un oso e incluso un despertador, es lo que hace de este sitio, mi rincón favorito del barrio.